lunes, 10 de agosto de 2015

El cuento, científicamente probado, de la yaya Concha

Introducción

De esto hace ya unos años...

Era una soleada tarde de invierno en la solitaria Cala Puntal de Vinaròs. Me senté sobre sus caldeados guijarros mirando el horizonte... las olas besaban tímidamente mis desnudos pies... me quedé en silencio, mi respiración era profunda y pausada.

La pedregosa Cala Puntal de Vinaròs (Castelló).  Fuente

Miré alrededor... mis compañeros de meditación eran una infinidad de silenciosos guijarros de procedencia muy diversa y... en medio de ese jardín Zen, ¡estaba yo!

De todas esas piedras que sustentaban mis pensamientos, había una que parecía mirarme, parecía querer contarme algo. No era la más bonita ni la más atrayente de aquella playa: era, tan solo, una ajada caliza de superficie tosca y colores apagados... era, tan solo, un canto rodado aplanado y roto por uno de sus extremos. Lo tomé y, entonces, vi el tesoro que guardaba en su mutilado costado: ¡los restos fósiles de un berberecho!

Canto rodado, recogido en Cala Puntal, con una valva fósil de berberecho

¡Cuánta energía desprendía!, cuanto tenía por contar esa vieja concha, cuanto... ¡a quien supiera escucharla!


Un ambicioso proyecto, "sedimentado", de momento...

En 2011, Mònica Pagès (periodista especializada en música clásica y artes plásticas) nos propuso al artista barcelonés Jordi Pascual Morant y a mí que uniéramos esfuerzos y creáramos un libro de artista. Jordi me dio rienda suelta para que inventara una historia. Por su parte, él pondría toda su experiencia y potencial creativo para plasmarlo y hacerlo realidad.

Autorretrato de Jordi Pascual Morant con Nebulosa (iluminada) 

Pensé que sería interesante explicar la "biografía" de ese fósil incrustado en aquel guijarro. A Jordi, le pareció genial la historia y la forma de presentarla. Nos pusimos manos a la obra, trabajamos duro en su taller. Probamos diferentes materiales para plasmar nuestro diseño y al final elaboramos un prototipo que superaba con creces mi bosquejo original: ¡eso ya era más que un libro de artista! Era, como lo definió el mismo Jordi: ¡un "poema objeto"!

Desgraciadamente, el proyecto se tuvo que aparcar, de forma indefinida, por falta de presupuesto. Jordi me entregó el arquetipo que conservo en casa como uno de mis mayores "tesoros" y que, por razones lógicas, no puedo mostraros públicamente.

Si estáis interesados en invertir en una obra original, con salida y que no dejará indiferente a nadie, poneros en contacto con Jordi Pascual o conmigo y... lo hablamos. :-)


Saber leer... saber sentir lo que nos transmite cualquier piedra

La geología, como un día dijo el doctor Joan Rosell (catedrático de Estratigrafía de la Universitat Autònoma de Barcelona) es la ciencia clásica menos "exacta". Según su opinión, un buen geólogo no sólo ha de tener la mente racional, metódica y abierta del científico... sino que, ¡además!, debería ser sensible, imaginativo y creativo como un poeta.

Columnas de la Universitat Autònoma de Barcelona.  Fuente

Yo pienso que cada piedra es un "libro" con una historia que contar... una historia que un geólogo podrá leer porqué conoce su "abecedario". Pero una piedra también es una "viajera del tiempo" que quiere explicarnos su historia, quiere narrarnos un cuento a las personas que seamos capaces de "escucharla".

Para entender esto que os digo, primero explicaremos de forma científica lo que podemos "leer" de nuestra muestra y, luego, "escucharemos" la historia que quiere contarnos.


1.- Análisis geológico de la muestra:

Desde un punto de vista estrictamente científico, la descripción visual de la muestra F003 (así la catalogué en la base de datos de mi colección) sería la siguiente:

Muestra F003: canto rodado con valva fósil de Cardiidae (Cala Puntal, Vinaròs)

Se trata de un detrito de un depósito litoral actual. Recogido en Cala Puntal de Vinaròs (Castelló), coordenadas E(X): 287525.5 - N(Y): 4484868.0 UTM 31N / ETR S89.

Es una roca carbonatada: una caliza con un alto contenido en dolomía. Tiene una superficie rodada y tosca con colores gris-pardusco. Presenta un contorno irregular y aplanado. Mide de 11 a 7 centímetros de base y de 5 a 3 centímetros de grosor, una masa 0,3 Kg y un peso específico de 1.8 Kg/dm3.

Se puede observar una presencia notable en microfósiles (como nummulites), así como secciones de exoesqueletos de invertebrados y la valva interna (relatívamente bien conservada) de un bivalvo del tipo cardiidae.

Especie de Cardiidae actual.  Fuente

Con toda probabilidad, este canto rodado proviene de la erosión de los estratos mesozoicos del Macizo dels Ports (Tarragona, Castelló y Teruel).


2.- El cuento de la yaya Concha:

Conchita era una pequeña cría de berberecho que vivía plácidamente en un mar tropical poco profundo del Jurásico (hace unos 200 millones de años), en el lugar donde hoy se levantan els Ports de Tortosa y Morella.

Conchita se pasaba el día medio escondida en la arena, con sus sifones desplegados filtrando alimento. En una ocasión, quiso aproximarse cerca de la costa y vio un continente cubierto por una espesa vegetación selvática. Distraída, no se dio cuenta como se acercaba un joven Tastavinsauro que quería "jugar" con ella... afortunadamente, se escondió bajo tierra en el último momento.

Representación de un Tastavinsaurus.  Fuente

Conchita se hizo mayor y dio a luz diferentes crías de berberecho. Pasó el tiempo y... una noche de tormenta tropical murió sin poder llegar a conocer a su nieta. Sus partes carnosas fueron aprovechadas por algún animal. Sus dos conchas, unidas por el frágil ápex quitinoso, se separaron: una de ellas, rápidamente, se fragmentó y se disolvió... la otra, quedó depositada junto a otros exoesqueletos dentro un fino sedimento calcáreo.

Concha de berberecho medio enterrada en el sedimento.  Fuente

Y allí quedó enterrada, preservada de los agentes geológicos externos para siempre... allí quedó intacta, la "yaya Concha", esperando algún día poder ver a su querida nieta...

El Jurásico termino y... lentamente, ese mar poco profundo, donde vivió nuestra protagonista se fue secando. Ese barro calcáreo donde estaba enterrada, se acabó convirtiendo (por diagénesis) con una firme roca carbonatada.

Pasaron milenios y con la orogénesis alpina se crearon grandes cordilleras... ¡nuevos paisajes! Esas rocas carbonatadas que contenían el fósil de la yaya Concha se comenzaron a plegar y levantar, formándose els Ports: ¡izándose a más de mil metros sobre el nivel de "su" mar!

Ports de Tortosa, con su cima: el Mont Caro (1442 m.) en el centro de la imagen.  Fuente

Un levantamiento de nuevos relieves implica siempre que comience una activa erosión sobre las zonas erguidas. La meteorización mecánica acabó separando un gran bloque del estrato donde estaba la yaya Concha. El gran peñasco se desprendió ladera abajo, rompiéndose, a su vez, con otros fragmentos menores.

Mareada y algo aturdida quedó nuestra entrañable fósil, todavía protegida en el interior del fragmento anguloso de roca (ya no mayor que un tetrabrik). La escorrentía superficial la fue bajando por la empinada ladera hasta el fondo del valle... hasta el lecho de un torrente.

Los periodos de tormenta, el barranco sufría grandes crecidas. Las piedras bajaban en tropel, golpeándose unas con otras, rompiéndose y limando sus ariscos contornos. Por cada barrancada, unos metros más avanzaba nuestra protagonista.

Cantos rodados en el lecho de un torrente.  Fuente

Durante uno de estos avances, pugnando con un bolo mucho mayor que ella, nuestro canto fue golpeado rompiéndose uno de sus extremos. La fresca fractura dejó a la vista a la yaya Concha, mostrando la parte interna de su valva, con sus "costillas" bien marcadas.

Ese barranco llevó así a nuestro canto hasta al río Ebro... el agua ya iba cogiendo gusto a sal. El avance sobre el lecho fluvial trasladó a yaya Concha, valientemente arrapada sobre el guijarro, a la desembocadura de este gran río... ¡de nuevo estaba en el mar!

Las corrientes litorales fueron desplazando el canto hacia el sur, hasta que se quedó quieto cerca de la Cala Puntal, con el fósil bien visible en la parte superior de la piedra. El mar estaba en calma y, poco a poco, los berberechos del lugar desplegaron sus sifones para filtrar los nutrientes en suspensión.

Berberecho enterrándose en la arena con la ayuda de su pie. Fuente

Una cría de berberecho apareció cerca del guijarro, la yaya Concha reconoció de inmediato a su tataranieta: ¡que poco había cambiado! La cría se acercó a ese extraño "pedrusco" que tanto se parecía a los suyos y tranquila se acurrucó a su amparo protector.

La yaya Concha pudo así transmitirle todo lo que no pudo decir a su nieta en el Jurásico, le explico su largo camino de 200 millones de años y lo feliz que era de haberla al fin encontrado...

Llegó la noche, la bonanza se convirtió en temporal de levante. "Escóndete bajo tierra, ¡rápido Conchita!" le apremió su tatarabuela. Todos los berberechos, replegaron sus sifones y escarbaron rápidamente el sedimento, colgándose bajo la arena. Conchita miró el cansado y viejo rostro de su tatarabuela, le dio un beso y le dijo: "Hasta siempre yaya Concha... ¡te quiero!".

Representación divertida de la joven Conchita.  Fuente 

Yaya Concha se quedó sola sobre la superficie, el mar se alborotó y levantó con furia el guijarro del suelo. Las olas, ¡altísimas!, lanzaron el canto contra la pedregosa playa. Una y otra vez fue arrastrada y proyectada contra la cala. Los golpes desgastaron aún más los contornos de la vieja valva.

El temporal, finalmente cesó, el canto quedo inmóvil sobre Cala Puntal y... ¡salió el sol!

Pasó mucho tiempo, quizás años... En verano, los ruidosos bañistas iban a esa playa y pisoteaban aquel olvidado canto rodado.

Y una soleada tarde de invierno, un chico llegó a la solitaria cala. Se sentó sobre los caldeados guijarros mirando al horizonte... las olas besaban tímidamente sus desnudos pies... se quedó en silencio, respirando profunda y pausadamente.

Miró alrededor suyo y se fijó en una de las piedras que tenía a su lado.  No era la más bonita ni la más atrayente de aquella playa: era, tan solo, una ajada caliza de superficie tosca y colores apagados... era, tan solo, un canto rodado aplanado y roto por uno de sus extremos. Lo tomó y, entonces, vio el tesoro que guardaba en su mutilado costado: ¡los restos fósiles de un berberecho!

¡Cuánta energía desprendía!, cuanto tenía por contar esa vieja concha, cuanto... ¡a quien supiera escucharla!

Primer plano de la "yaya Concha" sobre su gastado canto rodado

Esta historia tiene algo de cierto y mucho de inventado. Esta historia es lo que transmitió esa vieja concha, a este geólogo enamorado de los cuentos, a este cuentacuentos enamorado de las piedras.

Muchas gracias por vuestra atención.